Estar listos para escuchar, implica un entrenamiento de nuestros oídos, para escuchar muy bien todas las historias que nos puedan contar, antes de emitir nuestra opinión personal. Qué tremenda responsabilidad delante del Señor, el poder cuidar lo que oímos y guardar nuestro corazón de no llevarnos las cosas al plano personal, si se trata de un malentendido. Hoy la Palabra nos anima a ser: “Tardos para hablar”, ésto quiere decir, que debemos controlar nuestras palabras, para no decir en voz alta, todo lo que se nos viene a la cabeza. ¡Cuánto daño hace el ser deliberado y ligero, para expresar juicios a priori de lo que no nos consta! Recuerda amado lector, que la lengua es un miembro pequeño, que se jacta de grandes cosas. También el apóstol nos dice que la lengua es un fuego y un mundo de maldad. Ser ligero al hablar, hace que nos metamos en muchos problemas. Decimos creer en una cosa, pero más tarde nuestra boca nos traiciona, diciendo otra completamente opuesta. Jesús nos enseña: “Que de la abundancia del corazón habla la boca”.

Cuando nos disciplinamos para escuchar más y hablar menos, podemos aprender mucho. En mis 18 años de pastorado, he entendido que es muy difícil enseñar a aquel que habla mucho. Éste tipo de personas, cree que lo saben todo y sólo quieren expresar frecuentemente sus opiniones. Alguien sabio ha aprendido, que se obtiene más sabiduría escuchando, observando y no apresurándose a juzgar a los demás. El proverbista nos dice que “En las muchas palabras no falta el pecado; pero el que refrena sus labios es prudente”. Recuerda amado lector que “Más vale callar y ser considerado un necio, que abrir la boca y despejar cualquier duda”. Reflexiona en ésto: ¿Cuántas relaciones has dañado, por ser lento para escuchar y rápido para hablar? Nunca olvides que: Dios no ha terminado contigo. Suscríbete a éste blog y recibirás notificación cada vez que suba un nuevo artículo. Comparte el enlace de éste mensaje con tus amigos y familiares. Abrazo fraterno para todos.

Pr. José Ángel Castilla